Un aterrizaje OVNI, un testigo que no aparece, un informe que
desaparece, un lugar lleno de misterios y, preguntas, muchas preguntas por
resolver. Son los ingredientes del caso Tivissa, llamado a ser uno de los
grandes mitos de la ufología española este “incidente” OVNI ha marcado un antes
y un después en la memoria de muchos. Cuarenta y cuatro años más tarde sigue siendo
un gran enigma pendiente en nuestros archivos.
Por Josep Guijarro
Recreación 3D del episodio de Sierra d'Almós |
Una “leyenda urbana” es, por
definición, un relato de origen inescrutable, de difícil verificación y cuyo
contenido es chocante. La historia que nos ocupa se amolda como anillo al dedo
a este enunciado. Estuvo en boca de todos pero jamás pudo ser comprobado, a
pesar de que legiones de investigadores y curiosos visitaron en los años
setenta los alrededores de Tivissa, en la provincia de Tarragona, en busca de
las pruebas materiales de lo ocurrido. Y, desde luego, como las buenas leyendas
urbanas, tiene una historia y un desenlace chocante…, muy chocante, sino juzga por
tí mismo.
La noticia
Todo empezó el 27 de agosto de
1968. Ese día el desaparecido rotativo barcelonés Tele Express publicaba en sus páginas una extensa carta al director
en la que se daba cuenta de la observación y posterior aterrizaje de un Objeto
No identificado en la zona de la conca de
Tivissa. Hasta aquí nada extraordinario para los lectores, acostumbrados
entonces a ver casi a diario en los medios de comunicación nuevos incidentes
OVNI.
Sin embargo el remitente, que
decía ser el cuñado del testigo, describía en su misiva a dos seres con forma
de “pulpo”, pero con cuatro extremidades en lugar de ocho, que habían
descendido a plena luz del día de un misterioso objeto semicircular, como una “media
sandía” que se hallaba suspendido a poco
menos de un metro del suelo. Esto era ya más llamativo.
El firmante de la carta,
Sebastián Mateu, aseguraba que su cuñado Juan se había desmayado de la
impresión y que él mismo había podido comprobar al día siguiente como en el
lugar del incidente, situado en la Sierra de Almós, desde donde era visible el
mar, habían aparecido dos circunferencias negras en el suelo así como restos de
hierba quemada. No era un incendio convencional porque según explica Mateu, “cuando
regresé de ver los manchones quemados, el reloj se me había parado”.
Sorprendido, el hombre puso en
conocimiento de aquellos extraños incidentes a una pareja de alemanes que
descansaba en una tienda de campaña próxima al lugar que no sólo escucharon con
atención su relato sino que, incluso, experimentaron en sus carnes la
misteriosa parada de los relojes. Tras advertirle que aquellos “pulpos” podían
ser seres de origen extraterrestre, Hans Volkert –así decía llamarse el
campista- tomó fotos del reloj con objeto –según dijo- de publicar la noticia
en “Wien”, Austria, donde se halla domiciliado. Nunca más se supo de él ni de su
esposa… ni tampoco de Sebastián Mateu… Me explico.
Empiezan los interrogantes
No es extraño que frente a la
publicación de una noticia tan llamativa los investigadores del fenómeno OVNI se
movilizaran y trataran de corroborar la historia visitando el lugar del suceso y
entrevistando a los testigos. Pero justo aquí empezaron a complicarse las
cosas.
El histórico CEI (Centro de Estudios
Interplanetarios) de Barcelona se puso en contacto con la redacción del
rotativo Tele Express y consiguió la
carta original. Allí no supieron darle razón de dónde localizar al autor del
escrito, tan sólo poseían la misiva en la que no figuraba el remite. La única
pista se hallaba al principio y al final del texto cuando su autor daba cuenta que
vivía en la Sierra de Almós, en una masía situada a 7 kilómetros de Tivissa. Y,
al final, cuando firmaba como “Sebastián Mateu - Caserío de Darmós, Tivisa, Tarragona”.
Con esos datos, a finales de
agosto de aquel año, varios investigadores del CEI se desplazaron a la zona en
busca del caserío, pero nada. Ni rastro. Tampoco ningún vecino supo reconocer a
Mateu alguno. Y lo que era más desolador. Desde el sitio donde –presuntamente-
había ocurrido la experiencia y al que habían acudido numerosos curiosos, no
era visible el mar. ¿Podía ser aquello un bulo, un sainete, la broma pesada de
algún desalmado?
Las cosas se complican
Con la intención de resolverlo el
13 de septiembre de 1968 Tele Express publicó en su sección de cartas un
llamamiento de Vallés Tuset, en nombre del CEI, con objeto de recabar información
sobre Sebastián Mateu y los hechos que tuvieron lugar en la Sierra de Almós.
Para entonces el asunto ya había trascendido a más medios y agencias de prensa
ocasionando que una legión de curiosos se desplazara los fines de semana a
Tivissa en busca de extraterrestres y otros fenómenos singulares.
Pero el llamamiento tuvo
respuesta. ¡Y qué respuesta! El 25 de septiembre, contrariado por el comunicado
del CEI Mateu dio de nuevo señales de vida. Pero en esta carta, visiblemente
molesto, no facilitó datos de contacto. Se limitó a decir que era contable de
una empresa metalúrgica y que, por el hecho de no haber dado con él no podían negar
ni su existencia ni su experiencia. Con ironía contaba que él mismo había
preguntado en las señas del CEI y nadie le había sabido decir nada del “famoso
Centro de Estudios Interplanetarios” y que tampoco constaba en la Guía Telefónica.
Y, sin embargo, no negaba su existencia. Pero cabía preguntarse: ¿Era el
verdadero testigo o, a la luz de la escandalera, algún oportunista terció en el
asunto para confundir más? No hay nada claro.
Más interrogantes
Lo único cierto es que gracias a esta
rocambolesca historia mucha gente se interesó por el asunto de Tivissa,
incluidos los suicidas de Terrassa, de los que dábamos cuenta en nuestra pasada
edición. Uno de los investigadores que se involucró notablemente en el asunto fue
el investigador valenciano Vicente Juan Ballester Olmos. Hoy reniega del
asunto. En su Enciclopedia de los
encuentros cercanos con OVNIs (Plaza & Janés, 1987) se limita a
tildarlo de fraude pero quienes vivieron cerca de él en aquellos años
conocieron su interés desmedido por el asunto. Hoy en día es el único que posee
copia completa de los informes pues el expediente original desapareció del
archivo del CEI en 1972. “Es el único que ha sido robado de esta institución”
–me confiesa Vicente Pérez que ocupó cargo directivo de este centro hace
algunos años y quien añadió que sólo 15 personas poseían llave del local. La
cerradura nunca fue forzada. ¿Quién podía estar, entonces, interesado en este
informe? Y lo que es más importante: ¿Qué quería ocultar?
Según consta en el archivo
restituido del CEI (del que poseo copia) las expediciones a Tivissa se
sucedieron por doquier sin hallar más detalles de Mateu o del suceso. Bueno, a
medias, porque Mateu siguió mandando cartas –al menos dos- en una de ellas,
además, adjuntó una postal sellada en Checoslovaquia, en la ciudad de Prerov en
la que un misterioso V. Azvhik le
comunica en inglés que le va a enviar las “películas de los Ovnis lo antes
posible: las muestro a nuestro gobierno”. ¿A qué OVNI se refería? ¿Al de
Tivissa? ¿Llegó verdaderamente el gobierno Checo a interesarse por el asunto?
La postal parece auténtica pero no demuestra nada. Como las anteriores, la
carta de Mateu había sido franqueada en Barcelona y no en Tivissa como sería
normal y, además, ¿Quién era Azvhik? ¿Tal vez el campista austríaco?
Por si las cosas no estaban
todavía suficientemente complicadas, un periodista, Alex Botines, no sólo
aseguró haber entrevistado personalmente a Mateu en un bar de la localidad sino
que aseguró haber pisado, incluso, el lugar del aterrizaje dejando a los
investigadores del CEI a la altura del betún. Sin embargo jamás fueron
publicadas las fotografías que dijo haber tomado y cuando años más tarde los
investigadores del CEI fueron a su encuentro no supo decir si el testigo se
llamaba Mateu o no. De lo que no había duda es que desde el lugar del presunto
aterrizaje lo más acuático que se veía era el Ebro y se trataba de un paraje muy
árido sin hierba que pudiera “quemarse”.
Llegan los parapsicólogos
Poco después entraría en escena
el parapsicólogo catalán Julio Roca Muntañola quien consideraba verídico el
suceso en un 85%. Roca decía que en la conca “sucedió algo extraño por dos
veces, especialmente en ‘La cabeza del índio’” pero se mostraba muy cauto en
explicar qué evidencias había rescatado durante sus pesquisas. Siempre se
mostró muy oscurantista, desconfiado, “obedeciendo órdenes” de silencio pero
sin especificar de quién ni por qué. Sí aportó numerosos nuevos casos ocurridos
en la zona y que se relacionaban con el “magnetismo” que presuntamente paró el
reloj de Mateu y de los turistas austriacos. Es el caso, por ejemplo, de un
piloto de avioneta que tuvo que aterrizar de emergencia en los terrenos de un
ingeniero agrónomo de la localidad de Ginestá, en la zona de Tivissa. La razón
aducida es que “un campo de fuerzas desconocido le quitó la electricidad” a la
avioneta Piper en la que volaba. Y es que el célebre parapsicólogo estaba
convencido de que Tivissa era una zona especial que, por alguna razón atraía a
los visitantes del cosmos. Anduvo por aquellos áridos lares durante años en
busca de una cueva que creía el paso a otras dimensiones.
Y muchos siguieron su estela viviendo
espectaculares experiencias. Algunos investigadores, incluso, tuvieron allí su
“bautismo” ufológico, como los biólogos Miguel Seguí o el aludido Vicente
Pérez. Éste último se despertó repentinamente una noche de la Semana Santa de
1984 cuando creyó notar una presencia extraña mientras pernoctaba muy cerca del desvío que conduce a Pratdip.
Algunos vecinos manifestaban que en esa zona habían visto a unas extrañas
“monjas” acompañados por unos niños “cabezudos”.
Seguí, que frecuentó la zona a
finales de los setenta, tuvo también varias experiencias cerca de la ermita de
San Blas. Luces que efectuaban maniobras “imposibles”, moviéndose en ángulos
rectos.
A modo de conclusión
Hay muchas contradicciones en el
caso Tivissa, muchas preguntas por resolver, pero no cabe duda que la
experiencia narrada por el evanescente Sebastián Mateu sirvió de espoleta para
disparar un fenómeno sociológico. Fueron cientos los que visitaron la zona en
busca de la “base extraterrestre” o la mágica cueva donde Muntañola creía haber
encontrado el paso a otros Universos. La escasa vegetación, la aridez de
aquellas tierras azotadas por los incendios, el silencio sepulcral que se
percibe y la abundante mitología local hacen de la zona un escenario
fantasmagórico.
La leyenda de Tivissa se ha
extendido en el tiempo aunque están lejanas aquellas peregrinaciones
domingueras en busca de nuevos casos, de nuevos testigos, de nuevas
sensaciones. Uno de los últimos incidentes tuvo lugar en 1996. Arturo Altés y
su hijo Jordi se vieron sorprendidos el 3 de febrero de 1996 por un
espectacular fenómeno luminoso mientras recogían las basuras del pueblo.
De Sebastián Mateu nunca más se
supo. En el CEI se convencieron que el personaje nunca existió. Es más en su
informe aseguran que el fraude –si finalmente lo fue- se perpetró por alguien de
Barcelona y desde Barcelona, lo que explicaría por qué las cartas fueron
siempre franqueadas en la Ciudad condal. Nunca hubo en las proximidades de
Tivissa industria metalúrgica alguna, tampoco es visible el mar desde la Sierra
de Almós y en cuanto a los turistas alemanes… bueno, no hay ninguna ciudad
germana llamada “Wien” lo más parecido es Viena, la capital de Austria.
Tal vez, sólo tal vez, alguno de
los investigadores que tomaron parte en el asunto tenía interés en activar la
zona por algún motivo e inventó el suceso con ánimo de rescatar nuevos casos o
puede que con la intención de atraer el interés del público por esta zona
catalana. Pero es sólo una hipótesis, la Verdad espera ser desvelada algún día.