miércoles, 28 de noviembre de 2012

Newgrange: los dioses que vinieron del cielo

martes, 27 de noviembre de 2012

¿Heredamos de otras vidas nuestras huellas dactilares?

El delegado de la Policía Científica de Paraná, en Brasil, Joâo Alberto Fiorini, ha desarrollado en los últimos cuatro años un nuevo método para investigar y comprobar casos de reencarnación basado en las huellas dactilares. En su opinión cuando el periodo entre el deceso y la nueva existencia es corto mantenemos intactas las huellas digitales de nuestra vida anterior.



La reencarnación puede llegar a ser una realidad incontestable, comprobada por métodos de análisis científico. Así lo cree, al menos, Joâo Alberto Fiorini de Oliveira, miembro del departamento de la Policía Científica y delegado-jefe de la Delegación de Investigación Criminal de la Policía de Curitiba, en Paraná, Brasil, tras comprobar que las huellas dactilares de personas que acreditan recordar sus vidas anteriores presentan inquietantes similitudes con la de los difuntos a los que aluden. Dicho en otras palabras: al reencarnar en otro cuerpo heredamos sus huellas digitales.
Los especialistas en dactiloscopia saben que no hay dos seres humanos con las mismas impresiones digitales. El patrón de las huellas no cambia nunca. Aumenta de tamaño a medida que crecemos, pero sigue siendo el mismo. Tampoco pueden destruirse a menos que se produzca un daño grave en las capas más profundas de la epidermis. Por este motivo, a finales del siglo XIX, se empezaron a utilizar en la investigación policial para permitir la identificación individual.
Lo curioso –explica Fiorini- es que existe en los Estados Unidos un servicio de identificación de personas con cincuenta millones de individuos registrados con sus respectivas huellas dactilares. Pues bien –continua- siempre que se da una repetición de impresiones digitales, una de las personas envueltas en el episodio ha fallecido. Nunca una huella se repite en personas vivas”.
Para la policía norteamericana es tan solo una coincidencia pero Fiorini, espiritista desde los 20 años de edad, hace otra lectura bien distinta: “Cuando el período entre las reencarnaciones es largo, las impresiones digitales acaban por sufrir la influencia genética de los padres del reencarnado pero si la reencarnación tiene lugar poco tiempo después de la muerte las posibilidades del periespíritu de mantener las huellas digitales inalteradas es bastante alta”. ¿Es posible que nuestra información genética viaje de cuerpo en cuerpo, de existencia en existencia, sin la necesidad de un soporte celular?

Genética y reencarnación
La idea de relacionar la genética con las vidas anteriores no es nueva. En algunas tradiciones cuando un niño muere, los padres amputan alguno de sus miembros o le ocasionan una herida suficientemente profunda i visible. Consideran que los niños que mueren prematuramente no han podido realizar su misión en la Tierra y reencarnarán dentro de la misma familia. Cuando eso suceda, vendrán a la vida con las "amputaciones o cicatrices" practicadas por sus padres en su existencia anterior y podrán reconocerles. Es el caso de Ulewkele, un niño que nació con el dedo meñique amputado, dos años después que la familia enterrara a otro pequeño al que le ¡habían amputado el mismo dedo!
Fiorini se interesó en el asunto hace cuatro años, en 1999, cuando se encontraba en Sâo Paulo convaleciente de una operación quirúrgica. Mataba el tiempo leyendo literatura espírita y cayó en sus manos un trabajo de Carlos Bernardo Loureiro, editado en 1935, en el que aludía a un caso “comprobado” de reencarnación en Recife, Pernambuco. Su protagonista era un niño que había fallecido diez o quince años atrás. Bernardo Loureiro, uno de los grandes estudiosos de la época, resolvió utilizar el método de las impresiones digitales para comprobar la relación entre el difunto y el presunto reencarnado. Y dio en el clavo.
Fiorini sabía que era científicamente imposible que existieran dos impresiones digitales idénticas pero el relató le inquietó. Tanto es así que empezó a conversar con los miembros del Consejo de Dermatología de Paraná y consultar numerosa literatura médica, tanto brasileña como norteamericana. Supo así del trabajo del doctor Gonçalves, Anais Brasileiros de Dermatología (Anales brasileños de dermatología) en el que asegura que los diseños formados en las manos y los pies están ligados a la genética, variando de mano en mano, de raza y de sexo. Incluso los gemelos univitelinos tienen impresiones digitales distintas lo que algunos relacionan con los movimientos del feto en el útero materno.
Más sorprendente resultó conocer los resultados de una investigación de la Universidad de Cambridge, Inglaterra, en el que se concluía que las impresiones del pulgar derecho de los homosexuales se aproximaban a las características femeninas. Para Fiorini aquellos datos tenían un sentido distinto que venía a corroborar las ideas espiritistas en la reencarnación. Según éstas, todos hemos sido hombres y mujeres en otras existencias… ¿Por qué, entonces, no era posible que nos lleváramos consigo nuestras huellas de mujer?
Todo aquello le animó a entrar en contacto con Hernani Guimarâes Andrade, Presidente del Instituto Brasileño de Pesquisas Psicobiofísicas, en Sâo Paulo, y considerado como uno de los mayores especialistas del mundo sobre la reencarnación, tema al que ha dedicado algunos libros.

La metodología
Guimarâes le recomendó que concentrara su esfuerzo en niños de entre cuatro y ocho años de edad que presentaran habilidades impropias de su edad o fueran capaces de hablar varios idiomas. Los espiritistas consideran que estas “habilidades” son propias de una larga experiencia o conocimiento adquirido en una vida anterior. Es el caso de Raymond de Felitta que en 1971 empezó a tocar el piano con auténtica maestría con sólo seis años de edad. El caso se hizo muy popular en los Estados Unidos pues alguien asoció su estilo con el del músico Fats Waller, fallecido en 1945. Su padre Frank de Felitta se convirtió desde entonces en un acérrimo defensor de la reencarnación escribiendo incluso una novela que sería más tarde llevada al cine como Audrey Rose.
Otro punto de apoyo para sus investigaciones fue el exhaustivo trabajo del doctor Ian Stevenson, que ha investigado más de tres mil posibles casos de reencarnación. Basándose en las habilidades “innatas” de los niños, Stevenson recoger casos de niños con recuerdos o habilidades sorprendentes de todas las partes del mundo, siempre que guardaran relación con una existencia anterior.
Fiorini frecuentaba desde 1998 la Comunidad Espírita de la Associación Médico-Espírita de Paraná. Allí conoció los primeros episodios de reencarnación. Investigó en São Paulo el caso de un hermano gemelo univitelino. Uno de los hermanos se había suicidado hacía más de 50 años. Al parecer, una sobrina de los gemelos empezó a relatar varios detalles de la vida del tío muerto pero, como es lógico, no sabía de quién se trataba. Fiorini comparó las huellas dactilares de la chica con las del tío vivo y la comparación confirmó que eran de la misma persona.

Nieto de sí mismo
Entre los casos investigados por Fiorini destaca el de un niño de Maceió, Alagoas, que sería en realidad la reencarnación de su propio abuelo. Las evidencias son significativas. Un fallecido abogado octogenario se apareció en los sueños de varios miembros de su familia advirtiendo que retornaría como su propio nieto. Sucede que este abogado sufrió un accidente, con sólo 15 años de edad, mientras participaba en una cacería. Al parecer varios perdigones se alojaron en su mano derecha. Todos ellos fueron extraídos quirúrgicamente, salvo uno, que quedó alojado en la junta del dedo pulgar derecho generando una deformidad local.
El abogado falleció en 1977 y se apareció en sueños a los miembros de su familia, al menos, en dos ocasiones. En 1999 nacería su nieto que, curiosamente, presenta en la actualidad el mismo defecto que su abuelo en el pulgar de su mano derecha. Los familiares, inquietos, mandaron una fotocopia de sus huellas dactilares a Fiorini quien descubrió algunas semejanzas asombrosas.

Heridas de Guerra
Otro caso curioso tuvo lugar en la ciudad paulista de Riberâo Preto. Geraldo, un niño de tan solo tres años de edad, le espetó a su abuela: “Cuando yo era grande y usted pequeñita, yo era su padre…” La frase dejó perpleja a la mujer.
En la actualidad el niño ha cumplido ocho años y, desde aquella frase de los tres, ha reunido muchas otras revelaciones de sus supuestas vidas pasadas. Tiene pesadillas relativas a la guerra. Las investigaciones de Fiorini han descubierto que el bisabuelo participó, curiosamente, en la Revolución Constitucionalista de 1932. Allí fue herido en una pierna.
Los escépticos podrán decir que tal vez una suerte de memoria celular o genética pudo ofrecer el dato de forma inconsciente. De acuerdo pero, entonces, ¿cómo explicar la marca de nacimiento que es visible en la parte posterior de la pierna izquierda? Allí, en el mismo lugar donde el bisabuelo fue herido, son visibles hoy dos marcas que se asemejan a “orificios” de entrada y salida de una presunta “bala”… Analizando las huellas dactilares de Geraldo, de su abuelo y de su tío, Fiorini observó una coincidencia en el tipo de “arco” de los dedos medio e índice del pequeño con las de su bisabuelo. "Evidencias claras vendrán. Es una cuestión de tiempo" –sentencia Fiorini.

“Mamá, yo morí en un río”
Esta es la frase que el pequeño Felipe le espetó a su madre mientras atravesaban un puente de la localidad brasileña de Santos. El niño manifestaba, desde los dos años, un inexplicable miedo al mar. Con trece años explicó que había vivido en Campos de Jordâo y que su nombre era el de Augusto Ferreiro, que trabajaba con herrajes y caballos y que había muerto en un accidente de automóvil cuando éste cayó a un río. Su madre, Amélia, quedó sorprendida. No tanto por el relato de su hijo, que no podían verificar, como por una serie de detalles geográficos que no podía conocer. Describía, por ejemplo, el clima frío de la ciudad serrana y una gran cantidad de hortensias en las calles. Ambas cosas eran ciertas pero Felipe no tenía por qué saberlo, mas nunca había estado allí.
En diciembre de 2000 tuvieron conocimiento del trabajo de Joâo A. Fiorini de Oliveira a través del programa Espiritismo Via Satélite, en la televisión por cable.
Presintiendo que los relatos de su hijo tuvieran qué ver con los recuerdos de una existencia anterior, mandó un fax al delegado de la Policía científica solicitando su ayuda.
Fiorini viajó por navidad a Campos de Jordâo pero no logró recoger allí ninguna pista del misterioso Augusto Ferreiro. Consultó los registros de la prefectura, del cementerio, de los hospitales… nada. Ni rastro de Ferreiro. De repente, mientras pasaba cerca de una parada de carretas situada cerca del teleférico, (en Campos de Jordâo estos carruajes desempeñan la función de taxis) decidió quemar su último cartucho: interrogar a los carreteros. Y… bingo. Uno de ellos le conocía e, incluso, le proporcionó las señas. Fiorini quedó perplejo. Si Ferreiro estaba vivo no podía encarnar en cuerpo alguno. Tal vez pudiera ser un caso de percepción extrasensorial, de telepatía pero, en cualquier caso, nada que ver con la trasmigración del alma. Sin embargo, tras hablar por teléfono con la madre de Felipe decidió acercarse a la casa de Ferreiro, a siete kilómetros del teleférico de Campo de Jordâo. Allí vivía un anciano de 80 años, muy desconfiado, que respondía al apodo de Augusto Ferreiro. Su verdadero nombre era José Chagas aunque nadie lo conocía por esa identidad. El anciano le explicó que recibió el sobrenombre de Ferreiro (Herrero en castellano) cuando empezó a trabajar con herraduras, caballos y carretas…
El investigador le mostró el fax de Amélia con el relato de su hijo pero el anciano no pudo ofrecerle ningún dato útil.
Aquella noche Ferreiro no consiguió conciliar el sueño. Cuando el agotamiento pudo con él soñó con Fernando, uno de sus nietos, al que no había visto desde hacía quince años. El día de navidad se reunió con sus hijas. Les contó la visita del extraño personaje que buscaba datos sobre un niño ahogado y la aparición en sueños de Fernando. Su hija Cidinha palideció. Le contó que Fernando había fallecido hacía varios años ¡ahogado en el río Boi, en Ubatuba, en un puente que el propio Augusto había ayudado a construir.
Lamentablemente Fiorini no ha conseguido comparar las huellas digitales de ambos pero está convencido que si hallara algún documento en el que figuraran éstas serían idénticas a las de Felipe.

El futuro
El experto en huellas dactilares de la policía de Curitiva, en Paraná, pretende reunir éstas y otras evidencias en un futuro libro que titulará Investigaçâo Científica da Reencarnaçâo (Investigación científica de la reencarnación) en el que, además, describirá con todo lujo de detalles el método de análisis mediante dactiloscopia. En la actualidad este experto ha ampliado su campo de estudio a la morfología del rostro o fisonomía y, también, a la comparación de ADN.
La reencarnación es, para los espiritistas, una ley Universal mediante la cual, los espíritus tienden a la perfección. Esto sucede a través de las pruebas en la vida corporal. Por esa razón reencarnamos para perfeccionar aquellas cosas que quedaron pendientes y adquirir experiencia. Muchas otras culturas la aceptan sin reparos aunque tiene matices distintos a la planteada por el codificador del espiritismo, Allan Kardec. No se trata, pues, de una invención. Ahora la ciencia está sólo a un paso de comprobarla.


miércoles, 21 de noviembre de 2012

HASTA QUE LA MUERTE NOS SEPARE…

En pleno centro de Chihuahua, en el norte de México, se halla La Popular, una tienda de trajes nupciales que encierra en sus escaparates una truculenta historia. Uno de sus maniquíes -que pronto cumplirá 75 años- dicen que es, en realidad, el cuerpo embalsamado de Chonita, la hija de la fundadora del local. Mientras unos ríen incrédulos otros –aseguran- que la ven moverse de vez en cuando mientras en la tienda tienen lugar fenómenos inexplicables.



Eran poco más de las nueve de la noche. Caminaba con paso firme a La casa de los milagros que no es, como pueda suponerse, un lugar donde ocurren prodigios sino un restaurante típico de la ciudad de Chihuahua, al norte de México, donde me esperaban unas deliciosas quesadillas con flor de calabaza y cuitlacoche. Me acompañaba Carlos, un joven amigo del GIFAE (Grupo de Investigadores de Fenómenos Aeroespaciales), con el que conversaba sobre lo divino y lo humano. Cruzamos la calle Ocampo cuando, de repente, algo llamó mi atención. Justo en frente de mí, en el número 801, haciendo esquina con la calle Victoria, en pleno centro histórico de la ciudad, un maniquí de La Popular, la más antigua casa de vestidos de novia, me retaba con su mirada inerte. Me acerqué presa de la curiosidad. Su pelo, sus manos y, sobretodo, aquellos ojos vidriosos tenían algo que me hacía estremecer.
-¿No conoce la leyenda de Pascualita? Me preguntó al fin mi acompañante.
Me encogí de hombros.
Fue partir de entonces cuando supe que aquel maniquí guardaba un terrible secreto, una fascinante historia a medio camino entre la realidad y la leyenda.

Demasiados cuidados
Todo comenzó en 1930. Ese año llegó al histórico establecimiento un maniquí que sobrecogía por su imagen viviente. La gente pronto empezó a murmurar que se trataba del cuerpo embalsamado de la hija de Pascualita Esparza, la dueña del local, que había fallecido días antes de su boda. El rumor nunca fue desmentido, ni siquiera cuando los periódicos de la ciudad se hicieron eco de la noticia y en avalancha visitaron el comercio gentes de todo el país. Pascualita se limitó a recortar las notas de prensa y exhibirlas junto a “Chonita”. Así fue como bautizó al misterioso maniquí que recibía aseo personal cada sábado como si fuera un miembro más de la familia. Champú para el cabello, jabón para la piel y maquillaje para el rostro. La dueña siempre le reservó, además, los mejores vestidos del establecimiento. Tanta era la curiosidad que despertaba que no faltó quien, en aras de comprobar si realmente era una joven embalsamada clavó sus uñas para ver si se hundían en la piel. Es curioso, todas esas “lesiones” son aún hoy visibles, 74 años después de aquellos acontecimientos.
La celebridad del maniquí –como decía- pronto sobrepasó las fronteras del estado norteño y gentes de todo el país empezaron a darse cita frente al escaparate para observar detenidamente el rostro y las manos del misterioso maniquí. Incluso hubo quien exclamó: “vean sus ojos, tienen las venitas rojas”.
La rumurología desembocó al fin en una investigación judicial. Un buen día, la Policía del estado se presentó en el comercio tras recibir la denuncia de algunos vecinos que consideraban inmoral la exhibición de “un cadáver en el escaparate”. Pero cuando las autoridades hicieron acto de presencia en el local, el maniquí no estaba en él, al menos en el expositor. Cuentan que la propietaria les atendió con desgana y les ordenó que regresaran más tarde pues “Chonita estaba en el baño”. El comentario no hizo más que incrementar las sospechas de los agentes quienes solicitaron examinar de inmediato el famoso modelo. Fue sólo entonces cuando Pascualita Esparza Pérez les explicó que se trataba de un maniquí de cera con cabellos naturales. La sacó del baño envuelta en una toalla para ocultar sus partes impúdicas y les dejó examinar el rostro explicándoles que sus cejas y pestañas habían sido insertadas pelo a pelo, lo que requería cuidados excesivos frente a los maniquís de yeso convencionales.

El misterio continúa
La investigación no evitó que los rumores adquirieran tono de leyenda urbana. El investigador catalán Jordi Guasch que visitó La Popular en 1997. Recabó allí el testimonio de Carmen, una muchacha que le contó que la hija de Pascualita Esparza murió de un susto en el altar cuando un ponzoñoso insecto cayó sobre su tocado. Desde entonces –según su relato- Pascualita decidió “inmortalizarla” vestida siempre con aquel terno nupcial. Pero según pude saber la dueña de La Popular sólo tuvo dos hijos –chico y chica- ésta, en efecto falleció, pero no en el altar sino ahogada a los cuatro años de edad. ¿Se trata tan sólo de una leyenda entonces?
Para nada. Algunas dependientas del local se niegan a vestirla, todavía hoy. Se quejan, por ejemplo, de que su mirada les persigue. El miedo se justifica porque –según la leyenda- mirarla fijamente puede provocar que su fantasma nos acompañe por tiempo indefinido. Parte del personal afirma haber visto de noche sombras en el comercio o aseguran haberla visto llorar. Dicen que oyeron que el maniquí cambiaba solo de vestido. Algunos, incluso, señalan haber identificado a Chonita en las calles adyacentes esperando a su ser amado.
Del maniquí, por desgracia, queda bien poco. Tan sólo se conserva la cabeza que sigue mostrando una nariz y ojos grandes, en contraste con su pequeña boca. Dicen que un devastador incendio lo destruyó casi por completo aunque nadie sabe precisar cuándo ni cómo. Guasch sugiere que se trata de un siniestro inventado por los herederos del negocio para calmar la ira de los fanáticos religiosos y burlar la acción de la ley. En cualquier caso no consta incendio alguno en el 801 de la calle Ocampo y Victoria. Tampoco consta que el célebre maniquí haya sido sustituido. Al contrario, el maniquí que tanto me llamó la atención sigue manteniendo una misteriosa expresión en su rostro, con sus ojos vivaces, aunque su piel y su pelo no tenga la perfección de hace 50 años.
La tienda hoy es regentada por los sobrinos de Pascualita. Cuando alguien les pregunta acerca del maniquí aseguran complacientes que se trata de “una bonita leyenda con poca base real”. Pero nadie oculta el extraño parecido de Chonita con el rostro de Cuca, la hermana de Pascualita, encargada de la confección de los vestidos. Según los familiares era esa y no otra la razón de su adquisición hace ya casi tres cuartos de siglo.
El maniquí que hoy podemos admirar conserva todavía sus ojos de cristal. Sus pestañas son sumamente escasas, han sido reemplazadas, poco a poco, por unas postizas al igual que las cejas o su cabello. La postura desmitificadora de los actuales propietarios no ha evitado que proliferaran en la actualidad fascinantes historias a su alrededor. Una de las más llamativas fue recogida por el historiador Jorge Luis González Piñón quien explica que, en 1988, una mujer fue salvada milagrosamente por “la Pascualita”. Todo ocurrió frente al escaparate del establecimiento. La mujer fue disparada a bocajarro por su compañero sentimental cayendo desplomada a la acera, sin sentido. Tras recuperarse en el hospital de sus heridas declaró que fue la figura espectral de la novia quien la empujó en el último momento esquivando lo suficiente el proyectil. A medio camino entre el mito y la realidad la Popular se prepara para el 75 aniversario de la llegada a Chihuahua del más misterioso maniquí de todos los tiempos, un maniquí que ha dado origen a la leyenda pero que, como todas, conserva gran parentesco con la realidad.